NEWTON
Y SU MANZANA
(CUENTO BREVE)
El
cuento que os voy a contar, no por ser cuento, carece de gravedad.
Oí
decir a mi abuelo, hombre
sabio por viejo, y no por demonio,” ¡ay el azar!, “pero si la
ciencia no resulta más que de la simple repetición de azares!”.
No comprendí muy bien, y el hombrecillo me intentó explicar, con
toda paciencia, el significado de sus palabras:
“Mira,
hijo- me dijo- ten en cuenta que solo cuando el azar, eso que
llamamos casualidad, se reitera en determinadas circunstancias, nos
lleva a pensar, a preguntarnos, a buscar la causa de que esto sea
así. Y eso, el asombro ante la reincidencia, es el punto de partida
de nuestro pensamiento, la base de la ciencia”.
Pero....la
ciencia habla de cosas serias, abuelo, no de esas cosas que tú
dices que se repiten incesantemente-espeté. Me parece que no tienes
ninguna razón, añadí.
Sonrió
dulcemente y dijo con voz pausada: la razón, hijo, de eso
precisamente estamos hablando.”Sabemos que las probabilidades de
ganar a la lotería son mínimas. Tener la suerte de que entre
millones de boletos, caiga precisamente tu número. Esto es un juego.
Un juego de azar, lo sabemos y arriesgamos. Nada ni nadie hará que
seas tú el afortunado, a no ser que el bombo esté amañado, que
también podría ser. Pero si así fuera, esa sería la causa, nunca
tu suerte, bastante improbable.
Eso
que llamamos “leyes de la naturaleza” no son más que el producto
de improbables casualidades repetidas sin cesar, que nos hacen
sospechar, asombrarnos, buscar causas, principios reguladores.
¿Entiendes ahora?”.
Sin
duda vio mi cara de bobo ante tanta teoría abstracta, que no lograba
imaginar.
Es
así que se apiadó de mí y lo intentó a modo de cuento:
“
¿Cuántas
veces crees que le cayó al pobre de Newton una manzana en la cabeza,
mientras reposaba en su viejo manzano, hasta llegar a elaborar su
famosa ley de la gravedad?.
Escucha,-me
dijo-la
primera manzana que dio a parar en su cabezota, sin duda la consideró
un producto de su buena suerte, así que la degustó con gran placer,
mientras contemplaba otras manzanas que estaban más alejadas de su
manzano.Estas estaban ya podridas y picadas por los pajarillos.
La
segunda manzana, que también lo despertó de su apacible siesta,le
asestó tal golpe en la frente que lo jodió más.Ni
tuvo ganas de comérsela.Se dedicó entonces a contemplar cómo su
amigo John, que descansaba en el manzano contiguo al suyo, no había
sufrido hasta ahora ningún descalabro.
Isaac,
hombre tranquilo y paciente, pero no
lelo, cansado ya de que un día y otro lo despertase la dichosa
manzana, atinando en el mismo punto de la frente, donde ya se
vislumbraba un hermoso chichón, no
desvelando su secreto a John, utilizó una sencilla argucia para
comprobar sus intuiciones. Un
día le pidió a John el favor de cambiar de árbol, pues últimamente
no conseguía descansar, y quizás, si cambiara de posición...(sería
esto un antecedente del descubrimiento del Feng-Shui? Jamás lo
sabremos).
La
cuestión es que el bueno de John accedió. Isaac dormía
plácidamente cuando oyó un ¡joder con la manzanaaa! que lo
despertó. John, más impulsivo,no había podido reprimir el
improperio
por el susto que se había llevado.
Compadecióse
de él Isaac y le prometió que en adelante, volverían a sus
posiciones iniciales.
Aunque
Newton, temiendo por su chichón, se aprovisionó de una buena
chichonera, y decidió no dormir. Tomó un café bien cargadito y
se tendió en la posición habitual, con los ojos bien abiertos. Fue
entonces cuando lo descubrió. Un inoportuno pájaro carpintero
acostumbraba a picar en
su arbolito, justo a la hora de la siesta. Ese
era el movimiento que producía la caída de la dichosa “manzana de
la discordia”. ¡Maldito bichejo!, pensó.
Y
pensó, y pensó...
Las
manzanas caían siempre hacia abajo, lo que significaba que había
una fuerza que las atraía hacia la tierra. No era ninguna casualidad
que le cayeran a él y no a su amigo, pues el animalejo se hallaba en
su árbol, y no en el de su amigo.
Y
pensó, y pensó...
¿Y
por qué
había otras manzanas caídas alejadas
del árbol?.En esto
divagaba
cuando,
como sin querer, dio una fuerte patada a la manzana que hoy le habían
traído los “hados”, que rodó y rodó hasta toparse con un
tronco de árbol que paró su movimiento.
Hilando
estas “casualidades” fue como Isaac descubrió la hasta hoy
vigente (hasta más ver) LEY DE LA GRAVEDAD, y
con ella, la existencia de otras leyes de la mecánica y el
movimiento rotatorio.
El
descubrimiento fue de gran utilidad para él y su familia, pues, a
partir de entonces, jamás faltaron manzanas en su mesa. Colocó una
gran cesta de mimbre al pie del manzano, y cada anochecer llegaba a
casa con una cesta repleta de ricas manzanas”.
Abuelo,
¿es cierto lo que me has contado?. Si quieres saberlo- respondió el
abuelo- no tienes más que tenderte bajo el manzano.
¿Y
se puede saber qué es eso de la “manzana de la discordia” que
antes has mencionado?.
¡Uff!,
exclamó el abuelo. Eso es otro cantar. La Biblia habla de ella,
también Homero, y fue la que mordió Blancanieves.
Parece
que la manzana, por ser tan dulce, atrae a demasiados gusanos, ¡no
sé!.
El
nieto se quedó pensativo. Ya de mayor, encontró en un libro un
pasaje que le hizo pensar en el cuento de su abuelo:
“Sin
azar no hay ciencia, y no hay azar si no hay quien lo piense.
Guárdate de los petulantes dioses de la mente que quieran borrar tus
chichones, haciéndote creer que son fruto de la mera casualidad”.
Estaba
abierto en la biblioteca. Lo de los chichones le pareció demasiado
familiar. Lo entrecerró para ver título y autor.
El
autor era su abuelo. ¡Qué casualidad!.
Consejo
de Checha: si no os ha caído la lotería de Navidad, lo más
probable es que tampoco os toque la del Niño.
Checha,
3 de enero de 2015
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