UNA ALMOHADA, ¡POR PIEDAD!
Crónica de un recorte no anunciado
Hospital Virgen de la Arrixaca de
Murcia, 12 de febrero de 2013, 2h de la madrugada.
El enfermo
J.G yace por fin en su cama. Sin almohada. Han alzado la parte superior de su
cama para que intente conciliar un sueño que sus familiares saben que no
vendrá, y los ATS también.
Cualquier persona que padece problemas
respiratorios necesita mantener la cabeza bien elevada, para evitar el ahogo,
para facilitar la entrada de oxígeno al cerebro.
El pobrecillo se ha portado mal, y claro, lo
han castigado.
Su demencia,
causada, no sólo por su avanzada edad (85), sino también por unos cuantos infartos
cardíacos y cerebrales, que han dejado cicatrices en los lóbulos frontal y
occipital, con sus sendas graves secuelas cognitivas, sólo le permiten obedecer
de día, cuando sus resbaladizas neuronas han disfrutado de cierto tiempo de
reposo. Pero ¡ay de la noche!. Su
cerebro se oscurece hasta llegar al negro, una pista de hielo sin luz, donde
bailan sus neuronas a placer ,relajándose del fatigoso día de orden impuesto ,se
sumen en embriagadora danza nocturna. Si
por el día prometen, de noche olvidan lo prometido, porque ya lo habían
olvidado a los dos minutos de escucharlo, porque las cansinas repeticiones no ponen
en alerta más que su cansancio y desdén por esas órdenes sinsentido: ¡no te
hagas encima!, ¡pide la botella!, ¡no te levantes, que te puedes marear!, ¡no
te quites ese tubito, que no es un lápiz como crees, sino una vía!. Pero J.G.
insiste: ¡qué curioso, quieren que escriba también en el hospital!, ¡pero vaya
sitio de poner el lápiz!. Apagando una risa incontenible, su acompañante le
explica por undécima vez la cuestión del lapicico.
Pero ¡él es
un adulto!, ¡le enseñaron a los dos años a no orinar o defecar en la cama!, ¡y
ahora le ponen un maldito pañal y pretenden que se comporte como un bebé, que
vuelva a sufrir las plastas en el culo!. ¡No!, ¡jamás!. J.G. se niega, ¿qué se habrán creído estos cabeza
de cebolla, estos patanes descabezados?. Iré al servicio, como todos, y tantas veces como quiera. Esto
sí que ha quedado grabado a fuego y a sangre en sus juguetonas neuronas:
bailan, ríen, juegan a los disparates en su cerebro, pero le darán la orden de
levantarse, tantas veces como su incontinencia prostática lo necesite.
Su acompañante le ha leído y enseñado una
interesante revista, de viajes por lugares ya visitados. Pero él los modifica,
los transporta a su tierna infancia, recuerda cómo su padre le mostraba las
bellezas de Florencia mientras su madre tocaba el órgano en Sta María. Y
escuchando esa música, evocando a su mamá, a su amada Valencia, se va aturdiendo lentamente,
su voz se emborrona y silencia. Parece que por fin su respiración es lenta y
profunda. La una de la madrugada. La acompañante cierra la revista. Sus ojos se
pierden en el imaginado blanco nuclear
del cubículo y también se tiñen de blanco.
No han
pasado ni cinco minutos, y observa aterrorizada a J.G, bañado en sangre y en pie.
El lapicito no estaba. El escribidor quizás se había sentido impulsado a
arrancarlo para hacer alguna de sus anotaciones en la revista.
Las
enfermeras han llegado.Amagando buenos modos, maldicen su suerte de tener que
cambiar todos los ropajes, lavar al enfermo, limpiar la sangre, ¡vaya una
acompañante!, ¿acaso no sois los tácitos cuidadores de enfermos, día y noche?,
¿no estima la cálida sanidad española que el cariño todo lo puede?.
¡Maldición!,
¡hasta los parientes os estáis europeizando!.
¡Habrá un
castigo!, ¡como las vírgenes necias que dejaron de velar!.¡ Será el castigo de
las castigadas, el recorte de las recortadas!. Han llegado los tiburones.
-Lo siento
pero no hay almohadas. Tendrá que dormir así. No voy a ir de planta en planta
buscando una almohada.
La
acompañante no da crédito. La hundida cabeza del enfermo será incapaz de
oxigenar a las bailarinas.
-Pues yo sí,
responde.
Baja una
planta, ¡sin éxito!. No te molestes, le advierten, no conseguirás nada. Fijando sus ojos en esta enfermera quemada,
como todas, automatizada, como todas, desincentivada, como todas,….sigue
bajando la escalera. Nueva planta, nueva negativa.
Sigue
bajando. Una enfermera la mira a los ojos, atiende a sus explicaciones, y tras mucho vacilar, tras mucho debatirse
entre la injusticia y el monstruo de la tijera, le proporciona la ansiada
almohada.
J.G. puede
ahora descansar de su terrible agitación nocturna. Los calmantes comienzan a
hacer efecto.
Da comienzo el
baile.
Checha, 14
de febrero de 2013
Me lo has contado por teléfono y no daba crédito. Leído es aún más espeluznante. El peor recorte de todos y consecuencia de ellos es el de humanidad. En un hospital se debaten dos grandes fuerzas, la de la ciencia y la de la debilidad humana. Si perdemos el sentido de la misericordia lo hemos perdido todo. Qué pena que gente sin vocación, sin calidad humana y sin vergüenza, pague el pato con quien menos culpa tiene de todo ello, el pobre enfermo. Y para colmo de males, la mala educación, porque culpar al acompañante de los destrozos involuntarios de un pobre enfermo, es el colmo!. Un beso enorme, querida Checha.
ResponderEliminarQuerida Checha, sé que vas a estar ahí, al pié del cañón, igual que he hecho yo, es lo que nos toca, y se hace sobre todo por amor. Como siempre, maravillosa narración, independientemente de los desagradables acontecimientos que narras, y espero que no te encuentres con más inconvenientes en adelante tal y como está la sanidad, y que no tengas que buscar medicación como una loca, hacer de enfermera con el riesgo que ello lleva, tomar decisiones de médico para saber cuánto Valium, Midazolán o Morfina le pones para llegar al punto de sedación y que no sufra. A pesar de abandonar prácticamente mi trabajo durante estos dos meses, con las posibles pérdidas económicas que podrían llevar, haber recaído en mí casi todas las decisiones de la enfermedad de mi madre, no dejo de pensar que podría haber hecho más por ella, debí de haber pasado por encima de alguno y haberla sedado antes para que no sufriera, pero era difícil convencer al médico. Se pudo conseguir las últimas 15 horas, y se fue a las 2:45 de la madrugada del martes 12, muy tranquilita, eso creo y espero. Te agradezco todo tu interés y compañías, y a mis dos hijos y marido que hayan estado desde el lunes en casa de mi madre, a mi lado, a todas horas, también viéndola irse. Cuando se lo agradezco me dicen que es lo menos que podían hacer por la Abuelita, que para ellos ha sido muy duro, pero querían estar por voluntad propia y que les gustó que estuviéramos los siete hermanos.
ResponderEliminarCuando no hay consuelo,
ResponderEliminarel tiempo no está,
el lugar no se haya,
el recuerdo se paraliza,
la vida no se ofrece,
y la muerte es indiferente,
no hay estancia donde habitar,
camino incaminable,
aire por inercia,
agua por costumbre,
hablar a la fuerza,
solo descansar
en los brazos de la ausencia,
mejor dormir eternamente,
porque la nada lo es todo.
Hélène Grimaud plays the "Adagio" from Mozart's Piano Concerto no.23
http://www.youtube.com/watch?v=j8e0fBlvEMQ