LA NIEVE, ¿ES BLANCA?
Para los que habitamos otro
lugar, generalmente el blanco es uno, pero los esquimales, que viven rodeados
de nieve, reconocen más de 30 tipos de tonalidades del blanco transformándose
en una facultad visual muy importante para ellos.
Diferenciar los distintos tonos de blancos es un sistema de
defensa y supervivencia para los esquimales. Para ellos, es fundamental
distinguir entre numerosos tipos de color blanco (según su tipo de brillo o
intensidad) ya que de esto depende en muchas ocasiones el poder diferenciar que
el piso esté sólido y que se puede caminar por él, o que ciertos bloques de
nieve son los mejores para construir una vivienda, o que el tiempo es propicio
para la caza.
Los esquimales utilizan los únicos recursos naturales de su mundo,
como la nieve, el hielo, la piedra, la madera arrastrada por las aguas y unos
cuantos animales, para vivir confortablemente y casi siempre con prosperidad.
Y ambas emprendieron ese “loco”
viaje , ese largo, doble viaje, que llegaba a la mitad.
A fin de cuentas, lo importante es la
andadura. La meta no es más que principio de un nuevo caminar.
Aprovisionadas de buenas
lecturas, a sabiendas de que no precisaban del común esfuerzo de entretener,
contentar, satisfacer, interesar a nadie, pues ya la mutua compañía,
esa franca intimidad libre de
expectativas, era respiración larga y lenta, profunda relajación, partieron.
No se exigirían hablar o
callar, dormir o despertar, comer o ayunar, reír o…..Todo fluiría entre sus
corazones, sin trabas ni prejuicios. Surgiera lo que fuera, sería bienvenido,
jamás frustrante, por no buscado ni perseguido.
¿Tedio?, ¿aburrimiento?. Jamás. Una sola neurona tiene capacidad para
entretener ánimas agradecidas, con el más simple de los pensamientos.
¿Obligaciones?. Una. No planear.
En definitiva la estancia de un
día podía ser todo lo extensa que ellas, los avatares o circunstancias decidiesen.
Un inmenso deseo de dejarse
ser, una actitud de seca esponja dispuesta a ser empapada, era su baluarte.
El monótono ruido del tren arrullaba sus
lecturas y sueños, mecía melódicamente sus breves conversaciones o divertidas
anécdotas......
Aquel pobre diablo charlatán, presunto
sanador de cuerpos y almas mediante onerosas pócimas, osó a inmiscuirse en este
poderoso círculo. Atendido y escuchado con el mayor de los respetos, resultó
ser motivo de chanzas, inocentes burlas y risas de segundos, minutos, horas…,
risas eternas que les pertenecían, a las dos, y tan curativas como el agua de
lluvia que caía y sorprendió su camino.
Con la lluvia, olvidaos de la
nieve, les conminaban.
Pero hubo nieve, lluvia y nieve. ¿Qué
sabrían los otros?.
Forradas de cabeza a pies cual cebollas, fueron ascendiendo a duras penas por la dura cuesta de la pista
infantil.
Blanda la nieve, duro el
ascenso. No para los livianos cuerpos de los niños que correteaban de arriba
abajo adelantándolas, una, cien veces.
Con las piernas completamente hundidas en la nieve reían sin remedio, se
suplicaban ayuda, que solo les brindaba aquel trineo plano y firme al que se
agarraban con fuerza e impulsaban para subir.
Habían avanzado unos treinta
metros, se reían de las burlas que podrían provocar en los pequeños, pero éstos
no reían, ¿qué les importaban teniendo la nieve?.
Sus pasos hundidos y arrastrados habían
dejado tras de sí enormes y profundas huellas.
Vieron nieve blanca, marrón,
negra, rosa… ¿De qué color es la nieve?, le había preguntado con cierta sorna
el amable revisor a la joven. Presumía una obvia respuesta, como aquella del
“caballo blanco de Santiago”, pero quedó sorprendido: “no sé, la hay de muchos
colores”. La joven, un poco sabia y un poco inculta, como todos, había leído
que los esquimales eran capaces de distinguir innumerables tipos de nieve,
tonalidades y matices del color blanco, apenas imperceptibles para ojos legos.
Pero ella sí que había experimentado esa
multiplicidad de colores que perciben nuestros ojos ante cualquier prisma y
reflejan, no sólo el exterior, sino también nuestro interior, que nos hará
mirar una u otra cara.
Salvando obstáculos, sintieron a sus ángeles
guardianes convirtiendo lo rígido en flexible. Manos oferentes que surgían para
allanarles el camino a cualquier parte. Desestructuración de todos los
esquemas.
¡Ay, la prisa!, posible para
disfrutar, pero imposible disfrutando.
Breves conversaciones intrascendentes daban
respiro a sus escandalosas risas.
-
¡Qué loca estás!- decía la joven.
-
¿Quieres que me quite la locura?
-
¡Ni se te ocurra!- respondía muy seria-, pero, ¿acaso podrías?
-
Pues…..(pausa, duda)…, creo que sí, aunque necesitaría mucho
tiempo y más sufrimiento.
-
Sería incapaz de soportarlo.
-
Vale, ¡tú lo has querido!.
Las dos ríen. Ahora no tienen
nombre ni edad, no son madre e hija, sino dos seres unidos, fluyendo, dejándose
llevar, fascinados por los colores de la nieve.
Checha, 22 de enero de 2013
Si hay una cosa perfecta para dejar en herencia, son los recuerdos. Buen "párrafo" para tu "testamento". Me alegro mucho. Un beso.
ResponderEliminarHay recuerdos que merecen vivir, eternamente. Otros están ahí arrinconados, se empeñan en no morir, quizás porque nos hablan de superación.
ResponderEliminarMuchas gracias Alejandra, también te deseo nieve de infinitos colores.
UN BESAZO