LOS CINCO ASESINATOS DE LA INO
Que la Ino
es una buenaza lo sabemos todos, yo diría que es radicalmente buena.
Respondona, sí. Espontánea, sí, ¡no se calla una!, pero su corazón es oro puro.
El daño de que es capaz la Ino, equivale al de un niño de dos años, que dando
rienda suelta a sus instintos creativos, pinta las paredes de su casa con las
blandas heces de su orinal. Esta hazaña podría provocar cabreo, asco, .....pero
no daño. Sólo podría “dañar” a esas mentes inflexibles, retorcidas, adulteradas
e intransigentes, que , con aires catastrofistas, se aquejan de profundo dolor
que les producen las cuatro chorradas que diariamente nos brinda a todos la
vida, para poder elegir entre reir y llorar. Cerebros tristes, amenazados por
sus propios pensamientos negativos. Porque realmente, en un alma como la de la
Ino, sólo caben inocentes travesuras, esas que añaden salsilla, sazonan la
insulsa cotidianeidad.
Si dicen que “la cara es el espejo del alma”,
todo dependerá de qué alma y de qué cara. Hay gente que no vé más que caras
feas, fealdad que sin duda emana de su propio interior, al que basta con el
primer impacto que comúnmente nos lanzan las disarmonías físicas. En este caso, la cara del otro es reflejo de su propia alma.
Jamás olvidaré el día en que, al abrir la
puerta de mi casa, choqué con una gran sonrisa de ralos, oxidados y taladrados
dientes, en perfecta continuidad con la oscuridad del bigote con que estaban
coronados. Sus brillantes ojos manifestaban extraña alegría, extraña a la
habitual impronta refunfuñona de su dueña. ¡Me las he cargado a todas!, fueron
sus primeras palabras. Pero, ¿qué dices, Ino?, ¿a quién te has cargado tú, que
vienes tan contenta y con tus pistolas puestas?.
Comenzó a
reir, tan descosida, que sus enormes michelines bailaban la danza de tremendas
carcajadas. ¡Déjame que me siente!, ¡no puedo más!, decía al tiempo que lanzaba
sus enormes posaderas sobre mi pobre sofá.
Un poco calmada ya, comenzó: ¡con la aspiradora, ha sido con la
aspiradora!, repetía, con voz
entusiasmada, ¡y no veas como chillaban, kriii!, kriiii!, kriiii!, así
sonaba cada vez que se
chupaba una!. ¡Reconozco que era un poco asqueroso, pero no podía parar, corría
como un gamo detrás de las que intentaban escapar!. Aún no sabía exactamente de
qué se trataba, pero la imagen de la Ino corriendo implacable “como un gamo”,
es decir, a trompicones, tubo de la aspiradora en mano y cara de atroz asesina,
me hízo reir.
-¿Me vas a
decir de una vez lo que has matado?, pregunté con sorna. ¡Cucarachas!, exclamó,
¡tremendas y asquerosas cucarachas que suben del almacén de sal que acaban de
instalar en el bajo de mi casa!- ¡Ni aerosoles ni “ná”!, ¡les enchufas la
aspiradora y caen todas!. ¡La bolsa del aparato se ha llenado de cadáveres, y
ahí están todas las malditas, en el cubo de la basura!.
-Oye, pues
no es mala idea, respondí sonriendo, pero,¡no te creía tan malvada!, pensaba
que eras incapaz de matar una mosca.
-¿Incapaz?,
¡no sabes lo que dices!, ya llevo más de un asesinato a mis espaldas, y hay dos
que me dan muchísima pena, ¡no quiero ni recordarlos!.
-Dos
mosquitos, ¡seguro!, ironicé.
- No tiene ninguna gracia, ¡me encantan los pájaros, pero maté a dos, sin querer!
- ¡Vaya, y luego te los comiste en uno de tus buenos caldicos!, ¿no?.
- No tiene ninguna gracia, ¡me encantan los pájaros, pero maté a dos, sin querer!
- ¡Vaya, y luego te los comiste en uno de tus buenos caldicos!, ¿no?.
-Y dale con
la gracia, ¡que sepas que estúve llorando por ellos y los enterré, aún están
enterrados en mis dos macetas de gardenias!.
-Buen abono,
sin duda, ¡cárgate a otros cuantos, a ver si revive mi paraíso!.
-Como no me
mates tú a mí, me temo que te quedas sin abono, ¡no vuelvo a matar a un pajarico en mi vida!.
-Vale, está
bien, pero díme lo que pasó.
Mis
comentarios guasones le habían afectado. Transcurrió un rato hasta que comenzó
a hablar. “Lo acababa de rescatar mi hijo del jardín, era un gorrión pardo, muy
chiquitico; seguramente se habría caído del nido. Lo dejé sobre un trozo de
tela enguatada para que entrara en calor y lo metí en una jaulilla que tenía en
el patio. No tenía nada para darle de comer, así que mojé unas miguitas de pan
en agua y fuí metiéndoselas en el pico. Comió y lo devolví a la jaula, que coloqué
en el salón para que no tuviera frío.
A las once
de la noche, como estaba cansada, me acosté. No pasaron diez minutos cuando oí
piar al gorrioncillo. Pensé que tendría más hambre y volví a darle sus
miguitas. No conseguí dormir en toda la noche, cada media hora piaba y yo lo
alimentaba. Ya de madrugada púde conciliar el sueño, unas tres horas. Serían
las nueve cuando llegó mi hijo sacudiéndome en la cama y gritando, ¡mamá,
mamá, el gorrión ha explotado!. Tardé en abrir los ojos, y cuando lo híce
tropecé con los ojos asustados de mi pequeño que me traía en la guata a un
gorrión gordo, gordísimo y muerto, muertísimo. No túve valor de contarle mis
buenas inyecciones de pan durante toda la noche”.
Sin dejarme
siquiera reaccionar (¡menos mal, pues en el fondo estaba muerta de risa!),
siguió con su historia del segundo pajarito. “Este era un periquito blanco de
alas azules, precioso. Regalo del día de la madre. Estábamos pintando la cocina
y la galería y trasladé su jaula a la entrada de la casa para que no se
intoxicara. Como a veces soy muy impulsiva, estaba peleándome con mi marido y
gritaba como una loca. A cada grito que yo daba, respondía el periquito con un gran
espasmo. Terminé tan cabreada, que me largué dando un gran portazo. Cuando volví
a mi casa lo encontré tendido en el suelo de la jaula, estaba “pajarito”.
Noté que la Ino se había entristecido tanto
con estas dos historias, que la insté a no seguir hablando, para no ahogar su
alegría mañanera.
No te
preocupes, díjo recuperando su sonrisa, los dos que quedan son de unos malditos
aparatos, y los volvería a despedazar si estuvieran vivos.
Se rió, yo
me relajé y seguí escuchando.
“Cuando mi
segundo hijo era pequeño, tendría más o menos un año, un vecino muy amable le
regaló un gusano de colores”. Según me explicaba la Ino, era un gusano
vertebrado, al que se daba cuerda y movía su largo cuerpo multicolor en todas
direcciones. “A mi hijo le apasionaba el bicho de colorines que se movía por
toda la casa con una estruendosa música de la lambada”. Parece ser que el bichito se convirtió en el juguete
favorito del muchacho, no paraba de darle cuerda, de hacer sonar aquella
lambada estridente que penetraba y rompía tímpanos, excepto los del niño. “Un
día me levanté muy nerviosa, no había dormido bien.El niño ya estaba
despierto, ya sonaba aquella horripilante música. Me dió como un ataque, me
acerqué al crio y grité: ¡que mato al gusano, que mato al gusano!. Dicho y hecho.
Le dí tal pisotón que se deshizo en todas sus partes, quedando esparcidas por el
salón. Mi hijo lloraba desconsolado. En aquél momento me arrepentí, pero no más
que un momento”.
“Y no sólo
eso, también maté un móvil, hará un par de años. Se había quedado mi hijo durmiendo en mi cama,
y me dió tanta pena despertarlo, que me fuí a dormir a su habitación. A las
siete de la mañana, aún estaba yo profundamente dormida, cuando oí una suave
vocecita que susurraba: ¡oye, que tienes un mensaje!. Aquel susurro me asustó,
pero la pereza me hízo incorporar la voz a mi sueño y seguir durmiendo. Pero
aquella vocecita comenzó a elevar la voz:¡oye, que tienes un mensaje!. Entonces
sí que me desperté pasmada. ¿Quién habría entrado en la habitación?. Giré la
cabeza por todas partes, ¡nadie!, ¡no había nadie!. Y la vocecita, que ya era
vozarrón seguía y seguía, cada vez más y más alto, hasta gritar a pleno pulmón:
¡Oyeeeee, que tienes un mensajeeeeeeeee!. Entonces lo descubrí. Imagino que con
cara de terror y manos temblorosas agarré
el aparato , me dirigí a la bañera, y con todas mis fuerzas lo arrojé
allí. La vocecita calló. Yo seguí durmiendo. Desperté con la sensación de haber
tenido una horrible pesadilla”.
Ahora sí que
me reí con todas mis ganas. ¡Los dos últimos muertos se ganaron a pulso la
guillotina!- díje- ¡yo también lo hubiera hecho!, ¡tanto aparato nos está
volviendo locos a todos!.
Terminamos nuestro café a las diez. Una hora
de limpieza por una hora de risa. ¡Había merecido la pena!.
Checha, 5 de abril de 2012
Tienes que hacer memoria, Checha, quiero más, muchas más historias de la Ino, son geniales... tú eres genial!. Besos mil!.
ResponderEliminarParece ser que "las historias se repiten", esta de la Ino, puerta, pájaro, me suena, a ver si va a ser verdad que existe un cálculo matemático que mueve al mundo, el mundo de Matrix, de cálculos físicos, teoría cuántica, teoría de cuerdas...... que nos rigen unas leyes numerológicas insalvables, pero yo creo que por encima de eso está el poder mental y espiritual que puede derrocar cualquier ley matemática, es lo que nos hace inmortales, eternos, energía pura, y quien la encuentra en si mismo, entonces vuelve al seno de La Diosa Madre Creadora, Fuente de Vida, en la que yo creo, en el Amor Perfecto.
ResponderEliminarPaso a contar mis aventuras mortales con mis queridas aves. Los animales me encantan, encerrados no quiero, me da pena el periquito que tenemos en la jaula, ahora esta solito, siempre he querido que haya dos para que no estén solos, el otro lo mató mi marido de un susto, es verdad, por la noche los ponemos en la entrada que está a oscuras para que no canten temprano, siempre dan portazo al salir de casa, ahora ya no, pero siempre se lo advertía. Bueno, una mañana él se va dándo un gran portazo, oí un tremendo revoloteo y golpes en la jaula, uno de ellos estaba con el ala enganchada entre los barrotes, lo desenganché, el otro estaba tirado abajo, con las alas abiertas, boca abajo, la cabeza de lado, el pico abierto, respiraba jadeante, y el cuerpecito le palpitaba mucho, no sabía que hacer pues no quería asustarlo más, ya sabes que los pájaros si los coges se ponen nerviosos, se iba parando pero no reaccionaba, entonces lo cogí, le estaba dando un infarto y se estaba muriendo, le soplaba suave en el pico y le pulsaba con el dedo el pechico, pero se me murió en las manos. De vez en cuando le recuerdo a mi esposo que él mató al pájaro, pero no parece que le afecte.
Lo del periquito fue de verdad trágico y horroroso, cuando oí el portazo y seguido los ruidos en la jaula, fui corriendo y ya me temía lo peor. Lloré al no poder salvarlo y morir en mis manos.
El comentario es largo y no me deja colocarlo todo en este, así que envío otro más con la continuación de mis chorradas.
Continuación del anterior.
ResponderEliminarHe vivido la muerte de varias aves, otros dos periquitos más murieron de forma natural, como no he querido que haya uno solito en la jaula, pues comprábamos otro, pero así no acabamos nunca, y no me gusta ver a las aves encerradas, así que esta vez el que nos queda estará solo.
Hace ya años, yendo por las salinas de San Pedro, de noche, vimos una gaviota, andando por la carretera con el ala rota, parece que quería que la atropellaran, que quería morir porque al parar la cogí, la llevaba a la orilla y se volvía a la carretera, era grande, enorme, de gran envergadura, daba picotazos, así que no quise meterla en el coche con los críos. Pensé matarla para que no sufriera, pero no pude. La aparté bastante de la carretera y seguimos hacia el puerto. Al volver la vimos muerta en medio del camino, se empeñó en morir.
Una noche, volvíamos los cuatro hacia la torre, las luces reflejaron dos ojitos en medio de la carretera, le dije que parara, él pensaba seguir, era una lechucita, seguramente había llevado el golpe de algún coche, me miraba, con el pico abierto jadeaba, se fue apagando, ya solo a intervalos abría la boquita y respiraba profunda, estaba expirando, hasta que se paró, también murió en mis manos.
Tengo que confesar que mato cucarachas y mosquitos, pero esos son otra historia, se puede perdonar ¿no?
El periquito que tenemos lo soltaría, pero dicen que como ha nacido en cautiverio no sabría buscarse alimento, que moriría. A veces pienso que el volar libre es un precio impagable para un ser vivo que ha nacido para volar, aunque le cueste la vida, quizá le valga la pena, y quizá lo suelte.
He dejado libre la mariquita que me regalaste el otro día Checha, me hacía ilusión cuidarla para ver si crecía como un perro de grande y podía sacarla a pasear con una correa, con lo que nos reímos el otro día con eso, tu hija también. Le busqué un taper, agujereé la tapa para que entrara aire, con su hojita de espinaca, y gotitas de agua, pero ella siempre se subía hacia la orilla, por donde cierra el cacharro, sabía que ese era el camino a la libertad, entendí lo que me pedía, la llevé a un jardín y la dejé en una planta, allí lucía maravillosa.
Milamami, lo tuyo es de llorar, vaya mala suerte con las aves!. Te recomiendo que le pongas un espejito colgando dentro de la jaula a tu periquito, así se sentirá acompañado. Besos.
ResponderEliminarGracias Alejandra, de hecho no solo tiene un espejo, si no dos, y una escalerita, siempre les hemos comprado artilugios; lo de los periquitos viene de muchos años atrás, mi hijo el mayor tiene 24 años, y el primer periquito se lo regalaron en su comunión, como yo no quería que estuviera solo compré otro, y una jaula más grande, como las de los loros, para que tuviesen más espacio, en tantos años hemos tenido de todos los colores, verdes, un amarillo, un azul, cuando alguno pasaba a mejor vida, iba con mis hijos y ellos elegían al nuevo compañero, les ha servido para hacerse responsables de un ser vivo que depende de ellos y cuidarlo y alimentarlo, en una ocasión llevamos a uno de ellos a la veterinaria porque estaba con tortícolis, daba penita verlo con el cuello torcido, nos mandó unas gotas de vitaminas en el agua. Pero este que queda, no hago más que pensar en dejarlo libre para que vuele, si supiera de algún lugar donde hay más, lo soltaría allí, si algún día lo hago, os aviso para verlo, sería como una celebración de la libertad.
Eliminar