CUENTO, SÓLO PARA JARDINEROS (II)
LA
ROSA DEL MAGO
Cuentan de un joven aprendiz de mago,
tan tan torpe con su varita, que jamás le obedecía. Hacía conjuros, la agitaba
en todas direcciones, y el resultado sorprendía más al aprendiz que a los
espectadores: una mariposa en lugar de un conejo, un horrible moscardón en
puesto de un bello lirio,.... Pasaba noches en vela estudiando viejos
manuscritos de magia, y siempre que preguntaba a su maestro obtenía la misma
respuesta: “la experiencia encontrará la magia”.
Estaba bastante harto y avergonzado de ser el
hazmereir de todos. Lo miraban como a un payaso. Nadie confiaba en él. En su
interior ardía la vergüenza, la duda, la inseguridad. Estos sentimientos
dominaron su alma hasta tal punto, que se encerró en sí mismo y dejó de practicar
su curiosa magia ante los demás. Sería mago para sí mismo. Ante los demás
utilizó una buena coraza de mentiras, satisfacciónes y aparentes alegrías .Era
en el fatídico momento de recluirse cuando tenía que enfrentarse a sus
terribles fantasmas, a sus frustraciones. ¿Por qué otros “hacían” magia y él
no?, ¿cuál sería su secreto?, ¿por qué el Gran Maestro Mago no le ayudaba?.
A solas, persistía en sus intentos con la
varita. Desprecio, absoluto desprecio, era lo que sentía hacia todo lo que
aquella le ofrecía: ¿para qué querría él conejitos, pararillos y ardillas que
no había solicitado?. Eso no era magia.
Húbo varias
ocasiones en que estúvo a punto de hacer pedazos su inservible varita, aunque
eso también le provocaba un miedo atroz. ¡Después de entregar buena parte de su
vida al mundo de la magia, ahora no sabría qué hacer sin ella!.
Un día que paseaba sin rumbo, se sentó a
descansar en el banco de un jardín grande y hermoso. Verde pradera, flores
multicolores, deliciosos aromas.... Divisó frente a él a un hombrecillo menudo,
pantalones raídos, guantes de trabajo, camiseta empapada en sudor y viejo
sombrero de paja. Sobre el suelo había todo tipo de herramientas para cortar y
cavar y dos grandes canastos, uno vacío y otro colmado de tierra de abono.
Lo contempló
con curiosidad largo rato. El jardín era grande, pero el jardinero no salió en
ningún momento del parterre de tres metros en que se hallaba. Se movía
constantemente. Se agachaba y levantaba como si estuviera haciendo flexiones y
arrojaba hierbas al canasto vacío. Unas veces con la mano, otras ayudado de
herramientas, arrancaba, arrancaba y arrancaba; a veces parecía que se fuera a
caer de espaldas del gran esfuerzo que tenía que hacer para arrancar algo muy
enraizado. Entonces se enjugaba la frente con su pañuelo, echaba un buen trago
de agua y se le veía esbozar una sonrisa.
Nuestro “mago” pensó que todo aquello era
demasiado aburrido y esforzado. Dedicar horas y horas a un pequeño espacio para
realizar una única tarea, la de arrancar. Le cansaba hasta mirar. Decidió
volver a casa, pues le esperaba un tratado recientemente adquirido: “La magia
de todos los tiempos”, en el que había puesto muchas esperanzas.
Leyó algunos de los conjuros y surgió algo
nuevo, que jamás había salido de su varita, aunque no coincidía en modo alguno
con sus deseos. Quizás fuera su reciente experiencia en el jardín , su
contemplación del jardinero lo que había mediatizado este resultado. No salieron
liebres ni palomas; esta vez encontró ante sí un pedacito de tierra, franqueado
por grandes piedras, en cuyo centro crecía una hermosa rosa de intenso rojo.
Eso era todo.
No obstante, en esta ocasión no sintió el
habitual desprecio, le resultó interesante. Podría dedicar una mínima parte de
su precioso tiempo a cuidar aquella tierrecilla, no sería muy complicado. La
rosa era realmente bonita, pero él prefería gladiolos, orquídeas y lirios. Así
pues, compró semillas y una palita, levantó un poco la tierra y las introdújo
allí. Pensó que era demasiado esclavizante tener que regar todos los días, por
lo que no dudó en extender unas gomitas de riego. ¡Ya estaba!, ¡trabajo
concluído!.
Cada dos o trés días pasaba a revisar su
parterre. La rosa había adquirido un color más intenso, y ya íban asomando los
pequeños brotes de sus plantaciones. Pasado algo menos de un mes ya tenía tres
orquídeas, y dos pomos de margaritas que se habían extendido por buena parte
del terreno. ¡Fíjate lo que he conseguido sin apenas esfuerzo!. ¡El jardinero
aquel debe ser bastante torpe!, ¡yo no he doblado ni una vez la espalda!,
pensó.
Lleno de orgullo fue a dar su paseo diario
hasta llegar al jardín de siempre, se sentó a descansar en su habitual banco y
se dedicó a contemplar al conocido jardinero. Esta vez, sin embargo, pasado un
rato se acercó al hombrecillo. Tenía que explicarle lo absurdo de su tarea, no
soportaba a la gente incompetente.
-
Si
me permite, me gustaría preguntarle algo, díjo. ¿Qué hace ahí todo el día
arrancando y arrancando?- No lo entiendo, no hay más que sembrar y esperar a
que crezca, eso es todo. Así he conseguido yo en un mes un bonito jardincillo,
mientras que usted continúa con esa aburrida labor, en el mismo trocito, ¡nada
más!.
El jardinero alzó la vista clavando en él sus ojos guiñados por el sol,
sonrió y díjo:
-
Sé
perfectamente lo que hago, he dedicado toda mi vida a cultivar y cuidar
jardines. La tierra está plagada de semillas, semillas que crecen, unas buenas
y otras malas. Pero son las malas, las que sin cuidado alguno, se extienden
como una plaga, se alimentan de tu abono y agua y consiguen ahogar las flores
que tú deseas. De no arrancarlas de raiz, todos los días, con paciencia, una a
una, llega un momento en que lo invaden todo
y es muy difícil eliminarlas. No puede usted ni imaginar las profundas
raices que tienen algunas, son como pulpos que van creando raíces allí donde
tocan sus ventosas. Y además están los
bichitos, los hongos, que también comen hojas y flores. Si no cortas las partes
afectadas de la planta y la desinfectas bien, termina marchitándose y muriendo.
Y ahora, si no le importa, debo continuar. Más tarde me sentaré en su mismo
banco a descansar y disfrutaré con gran satisfacción de las bonitas flores que
he ayudado a crecer con mi esfuerzo.
-
Está
bien, pero sigo sin entender. Existen herbicidas que podrían sustituir su
trabajo, y usted podría dedicar ese tiempo a formarse, a leer modernas técnicas
de jardinería.
-
Es
cierto, pero debe usted saber que los herbicidas, además de matar lo malo,
perjudican a lo bueno, y en cualquier caso, las raíces siguen ahí, esperando a
brotar en cualquier momento. Lo siento, pero no puedo dedicarle más tiempo.
Tengo que continuar. Que pase usted un buen día.
Ya imagináis todos lo que ocurrió. Nuestro mago vió morir ahogadas a su
rosa, orquídeas y margaritas, que fueron envueltas por unas enormes plantas de
hojas grandes y rasposas, que les robaron la luz y el alimento.
Una frustración sobre otra. Ni
mago ni jardinero, ¿qué sentido tenía su vida?. Su carácter se tornó aún más
hosco y exigente. ¡Que nadie viniera a darle lecciones!, ¡nadie había estudiado
más que él!.
Se tumbó malhumorado y pensó que
lo mejor sería contratar algún jardinero
que cuidara de su jardín. Él seguiría leyendo y estudiando, como siempre.
Hundido en este pensamiento vió acercarse al Gran Mago. Le sorprendió su
visita.
Al llegar hasta él, sin mediar saludo alguno, exclamó: -¡No busques
jardinero!.¡Nadie que no seas tú remediará tu jardín!. Podrá mejorarlo por unos
días, pero tu jardín es tuyo, tuyo para siempre. ¡es tu responsabilidad y has
de cuidarlo tú!.
-
De
mi varita no salió más que una rosa, no correspondía a mis deseos, ¿para qué
esforzarme?.
-
Veo
que aún no has aprendido nada, absolutamente nada, a pesar de tus múltiples
lecturas. La magia no se encuentra en tu varita. Es la vida la que te
proporciona magia para que seas capaz de verla, reconocerla, cuidarla y
protegerla de las malas semillas. La preciosa rosa fue regalo de la magia de la
vida. La despreciaste por otras flores, y te has quedado con lo que mereces, un
trozo de tierra salvaje y abandonado. ¿Qué ayuda buscabas en mí?. Hace mucho
tiempo que te dí la respuesta y la desoíste. Ahora que sabes lo que es la
magia, rompe tu varita y vé a aprender del buen jardinero.
Checha, 9 de abril de
2012
OÍ CANTAR A UNA JARDINERA MIENTRAS CUIDABA SU JARDÍN CON TODO SU AMOR:
ResponderEliminarLascia ch'io pianga
Mia cruda sorte,
E che sospiri
La libertà.
Il duolo infranga
Queste ritorte
De' miei martiri
Sol per pietà.
Deja que llore
mi cruel suerte,
y que suspire
por la libertad.
El dolor infringe
este sesgo
de mi martirio
sólo por piedad.
Farinelli - Handel - Rinaldo - Lascia ch'io pianga
http://www.youtube.com/watch?v=tIp3D4mautM
Crear un hermoso jardín, requiere esfuerzo y dolor. Hay rosas muy espinosas,aún bellas yprimorosas.
EliminarUn besazo