miércoles, 9 de noviembre de 2011

EL CUMPLE DE LA INO

   Llegó a casa más contenta de lo habitual, su mirada adusta y fría se había tornado sonriente. Comenté que la encontraba muy alegre. ¡Claro!, díjo, ¡cumplo cuarenta y siete!. ¡Estupendo, muchas felicidades!, palabras con las que también quíse expresarle mi satisfacción al comprobar que la Ino era una de esas pocas personas a las que alegra cumplir años, a las que satisface y enorgullece haber vivido.
¿Comienzo por donde siempre?. Sí, contesté, y me dirigí a mi punta del tajo, el salón, mientras ella se dirigía al suyo, mi habitación.
   Andaba yo trapo en mano, cuando me sobresalta un grito proveniente de la habitación. Me vuelvo asustada y veo a la Ino abalanzándose sobre mí e imprecando: ¡Coño, que me están felicitando el cumpleaños!, ¡corre!, ¡ven!.  Pero, ¿quién?, ¿dónde?. En tu habitación, ¡vamos!, balbuceó con voz entrecortada por falta de aire, al tiempo que me arrastraba hacia allí.
    Llegamos a la puerta, no se oye nada. Bueno, ¿qué?. La Ino enciende la luz, y de pronto comienza a oirse de lejos, como del fondo de la cama, la musiquita del “cumpleaños feliz”.  No podía salir de mi asombro. ¿Qué podía ser eso?. La Ino seguía excitada y soltando tacos: ¡Coño, si lo veo no lo creo!, ¡la madre que me parió!, ¿qué es esto?.
 Por más vueltas que le daba no lo entendía, pero, de repente comencé a reir, y a llorar de tanto reir. Me acerqué a la cama, corrí el colchón, y allí estaba, en el suelo. Agarré a la Ino del brazo para que también pudiera verlo. Se trataba de un payasito con un muelle por resorte, que había salido de su caja sorpresa. El payasito en cuestión, tenía un sensor en la cabeza que hacía sonar la música activado por la luz.
    No podía parar de reir. Cuando conseguí tranquilizarme pregunté a la Ino: ¡has corrido la cama, verdad?. Asintió. Entonces le expliqué que  unos días atrás se nos había roto una pata de la cama, así que decidimos darle una solución provisional rellenando el  hueco con libros y con esa cajita.
  Nos miramos, nos sentamos sobre la cama, y aquellas carcajadas compartidas, quizás de las pocas de su vida, fueron el mejor regalo de su cumpleaños.
    No obstante, no pude menos que regalarle la cajita.

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