Dolor
dolido
Inexcrutable, inconmensurable,
incompartible, el dolor.
Si
el dolor medir pudiera,
si
existiera ese listón
que
estipular permitiera
el
umbral de lo exhausto
o
la leve incomodidad
que
por costumbre
y
permanencia
ni
ya duele
ni
exaspera…
dolería
más el dolor,
la
mente transformaría
en
insoportable angustia
lo
doliente,
cruel
desgarro,
desahucio
de la vida,
muerte
y deseo
de
desatar el amarro
y
emprender la dulce huida.
Pero
sabio es nuestro elemento,
nuestra
duda, incertidumbre,
de
no saber lo que es cierto,
que
hace imposible comparar
o
ufanarnos de que el nuestro
es
mayor mal que el del otro,
mas
flagrante,
más
lamentable y penoso,
más
desolador o yerto.
Comprendemos
así al tú,
así
repartimos lamentos
partimos
laceraciones,
abrazamos
las tristezas,
las
fatigas y tensiones,
que
el otro ya no soporta,
convirtiéndonos
en bastiones
de
fuerza y de valentía,
refugio
y hasta alegría
de
la pena
que
a nuestra puerta llama
en
busca de compañía.
Apretando
en nuestro pecho
nuestras
heridas sangrantes,
nos
convertimos en peña
siendo
arena desierta
anhelante
deshecha.
El
otro se vuelve tú
y
tu abandonas tus penas
hasta
mañana,
hasta
nunca,
hasta
encontrar otro yo
que
hoy pueda ser tu piedra,
tu
escollo
abrazo y consuelo,
un
redentor redimido
con
mirada de desvelo,
débil
y vigorosa
roca
caliza
que
llora en la sombra
y
esconde su mala dicha.
Checha,
24 de diciembre de 2018
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