Círculos
dantianos
Descendí
por los nueve círculos
del
infierno dantiano.
Cada
paso aplastaba mi cabeza
como
un tonel de argamasa.
La
triste amargura embargaba
mi
caminar cansino.
La
desesperación instaba
a
caminar más rápido,
a
hallar sin tregua
el
final del dolor.
La
tristeza, negra compañera,
seguía
mis pasos
pese
a mi rechazo y pena.
La
desolación inundaba
de
soledad punzante
mi
firme espíritu caminante.
La
incomprensión no entendía
de
razones, de citas o de opiniones,
lacraba
mi razón aún encendida.
Y
conforme descendía
iban
apareciendo
más
y más círculos,
interminables,
execrables,
que
dañaban mi corazón ardiente
y
le hacían desear la muerte.
Cuando
al fin llegué al pozo,
al
círculo más profundo,
a
ese hoyo negro y tosco,
el
dolor era tan grande
extremo
y extenuante
que
dejó de ser dolor.
Una
extraña indiferencia
se
apoderó de mi alma,
cansada
dolida,
apaleada.
No
podía caer más hondo.
No
podía sentir más bajo.
No
había lágrimas
en
mi llanto.
El
duelo era destino,
asumido
y consumado.
Y
así fue como descansé
en
los suaves brazos
del
silencio más profundo.
Checha,
27 de noviembre de 2018
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