ARRANCA
ESAS HOJAS
DE TU ÁRBOL
Sácame
de tu libro, ¡maldito!.
Arranca
las amarillentas hojas
en
que prensaste y burlaste mi destino.
Escritas
fueron por ti,
violador
de vida,
bebedor
de pura savia
donde
verdes hojas crecían.
La
tinta tornó veneno,
que
devoró la palabra escrita.
Leves
signos encriptados,
arañados
en ilegibles hojas,
haz
y envés podridos,
de
húmedo peso encuadernado.
Destinadas
al otoño de un bello jardín,
enredando
sus naranjas y magentas
sobre
el verde fondo en tronco descarnado,
sus
nervios enmohecidos, ya huellas,
son
ahora los grabados
de
tu mordaz codicia sin estrellas.
Las
privaste del placer
de
esa caída libre y ligera,
acunada
por el vital
soplo
de un noble Zéfiro,
de
ser cálido abrigo
a
la fría losa,
de
unirse al amanecer
al
mullido grato,
camino,
paso, descanso para el descalzo.
Y
ahora, ¡arráncalas, cobarde!,
¡arráncalas!
Checha,
18 de enero de 2014
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