PANTERA
NEGRA
Os transcribo aquí un
extracto del capítulo cuarto del inedito libro de un amigo
aficionado a la escritura, que tuvo a bien solicitar mi opinión
sobre su escrito. He de decir, que aún desconociendo la trama
completa de su proyectado libro, me ha resultado interesante, y, no
queriendo ser la única (no soy escritora y carezco de criterios que
vayan más allá de mis escasos conocimientos lingüísticos y el
placer obtenido en la lectura), y, por supuesto, con todos los
permisos del autor, le ofrecí el mejor medio que poseo para obtener
opiniones, si los lectores se ofrecen a darlas, ¡claro!. Sé de
sobra que mi blog, que se concibió como interactivo, no cuenta con
apenas comentarios, esto es, interacción. Tampoco es importante,
pues escribir es más una necesidad personal de expresar sin más, o
de compartir determinadas opiniones, que obtener el beneplácito o
desaprobación de un conjunto de lectores.
No obstante, puedo comprender
perfectamente la “necesidad” de mi amigo de saber si realmente es
capaz de llegar a alguien, que pudiera hacerle una crítica
constructiva de su escrito y, en su caso, darle ánimos para
continuar con su esfuerzo de acabar una obra, que también supondrá
un desembolso económico. Espero que no sea ese el detonante para
seguir escribiendo o dejar de hacerlo, ya que si fuera el caso,
carecería de “la otra sensibilidad”, la que impulsa a cualquiera
a realizar el arduo e infructuoso intento de plasmar conceptos y
sentimientos mediante un instrumento tan limitado como son las
palabras. Aún siendo así, es nuestro medio, el que tenemos, y hemos
de hacer uso de él, siempre que nuestro cerebro impulse a nuestras
manos a coger pluma y papel.
Sin más preámbulos os dejo
con su texto:
Bajo
la única silla a la que el sol había concedido su calor con un
tímido rayo en aquel inhóspito y gélido patio, único lugar de
expansión y recreo de aquel insufrible cuartel para de-mentes
(interprétese como se quiera), Sofía, recogidos sus lacios y largos
cabellos trigueños en una suerte de moño irregular, sin otra
sujeción que sus propios mechones (gomas, horquillas, hilos,
cinturones,... estaban terminantemente prohibidos para algunos
inquilinos, bien por miedo a la autolesión o a la ajena), la vi
absorta en la escritura, una hoja de papel en mano y un bolígrafo
bic (supuse que sería un amable préstamo de los veteranos,
aquellos por cuyas prerrogativas nadie preguntaba, ya por miedo a una
abrupta respuesta insultante, ya por conciencia, puro “sentido
común” puesto en duda por sus carceleros, de que obtendría una
preciosa patraña como respuesta). No obstante, lo del bolígrafo era
bastante extraño. La potencial peligrosidad del instrumento para
atacar, agredir a sus compañeros, hacía que muy pocos tuvieran
derecho a su posesión y uso, pese a la abundancia de cámaras,
controles y personal de vigilancia. Pensé en lo absurdo que era todo
aquello. Nos obligaban a leer una lista de normas de obligado
cumplimiento para todos, que muchos incumplían sistemáticamente sin
ser castigados por ello. En ningún lugar de la hoja de instrucciones
especificaba que hubiera jerarquía alguna entre los apresados:
categoría a,b,c,d,.., y sin embargo, era un hecho que unos obtenían
sin dificultades lo que otros jamás hubieran podido obtener. Cosas
del régimen militar, supongo. Lo cierto es que me alegré por Sofía,
en la que jamás había percibido atisbo alguno de agresividad,
aunque bien es verdad que todos desconocíamos las
“verdaderas”dolencias de nuestros compañeros, tan sólo la
versión de las mismas que algunos nos confidenciaban.... En realidad
daba igual. ¿No hubiera sido también una versión lo que hubiéramos
obtenido de las doctas autoridades?. No sentí envidia por carecer
del privilegio de “uso de bolígrafo”, es más, ni siquiera me
había atrevido a solicitarlo, pues estaba convencido de que se
hubiera convertido en un adorno más de mi mesilla, junto al par de
libros y algún papel en blanco. Un bolígrafo en mis manos, en
aquellas circunstancias, escudriñada cada palabra y letra,
interpretada por mil ojos tras las cámaras, hubiera transformado las
palabras en gusarapos, serpientes, culebras, bichos..Ante una cámara
invasora de intimidad, no habría podido más que escribir un libro
en blanco. Por otra parte, mi mente estaba tan ocupada en el dolor de
lo inexplicable, que su única misión era grabar a hierro y fuego el
absurdo de todo, todo lo que vivía, la injusticia sin par que era
tormento segundo a segundo, segundo que se hacía hora, hora que se
hacía eternidad. Incluso consolándose en consolar a los demás, su
vivencia era un esperpento conceptual.
Envuelto
en mi batín a cuadros, cerrado por nudos inadecuados (al cuello, a
la cintura, donde podía), ¡un cinturón de tela podría degollar a
cualquiera!, ese batín incapaz de aliviar un ápice el hielo que
recorría mis huesos, no quise perturbar a Sofía, me quedé en la
sombra, cerca de la puerta, observándola, evitando interrumpir esa
ilusión de intimidad . Ilusión falsa, pero capaz de proporcionar
alegría, expansión a ese rostro triste, cabizbajo y amargado.
Fue
el grandazo y, tal como nos avisaron, peligrosísimo Andrés, quizás
uno de los seres más espontáneos, graciosos y sensibles que jamás
haya conocido, el que, sin pensarlo dos veces cruzó el gran patio y
osó transgredir la gran norma: no tocar ni ser tocado por nadie,
con su correspondiente subnorma verbal( ¡jamás tocar a Andrés ni
dejar que os toque!), posando su enorme mano sobre el hombro de Sofía.
Esta
curiosa e inhumana prohibición era naturalmente obviada por los
privilegiados veteranos, aunque algunos de nosotros, por puro
impulso, también nos la saltábamos a la torera, apretando el
hombro, las manos e incluso abrazando a aquellos seres tristes, que
muy a menudo precisaban sentir el calor que da el cariño, la
complicidad. Nuestro riesgo era el castigo: comer en la habitación,
no participar en la cena, ser encerrado, atado, aumento de la
estancia en prisión,...., pero poco nos importaba lo que nos
ocurriera, no sería más que un absurdo soldado al anterior.
Las
manos de Andrés eran una especie de grandes palas, que podrían
incluso deformar los hierros aprisionantes de aquel patio, a modo de
King-Kong, o levantar en peso y lanzar a la otra esquina a
cualquiera de nosotros. Muchos le huían. A mí me habían prevenido,
la primera vez que lo saludé, sus manos me atizaron tal apretón que
estuve condolida durante tres días. Sin embargo no me transmitieron
miedo sino fuerza. Casi se lo agradecí.
Era
como un gran niño, más listo de lo que aparentaba y menos loco de
lo que decían . No se andó con chiquitas. Se acercó a la solitaria
Sofía, siguiendo los impulsos de un corazón que sobrepasaba su
complexión corporal,e intentó hacerla sonreir con las consabidas
palabras que producían hilaridad general tal y como las pronunciaba,
a gritos y con una potencia vocal que hubiera sido la ambición del
propio Hitler: “Arbeit macht frei”- dijo, rió, intentó que
Sofía alzara su cabeza para arrancarle una sonrisa. Pero Sofía no
estaba, no oía, no veía, tan solo escribía como una autómata, sin
saber que alguien la espiaba, sin saber que, además de las cámaras,
alguien, de pie junto a ella, estaba grabando en su cabeza las
palabras emergentes de su bolígrafo.
No sé
cómo pudo hacerlo Andrés, no sé cómo pudo grabar expresiones que
jamás podrían salir de su boca, pero lo hizo. Lo hizo y yo lo
copié. No creo haberme equivocado en mucho:
“Humilde
pero estertórea súplica
¡Ayudadme,
os lo ruego, ayudadme a no ayudarme cuando no os pida ayuda. Sé
pedir, sé pedir exactamente lo que necesito. Las manos tendidas a
las necesidades que se supone tienes, son manos que aprietan tu
cuello, telemática o físicamente, son manos que ahogan tu
existencia, manos de poder anónimo, manos conversoras de actos
cotidianos en retos para cumplir expectativas ajenas, manos, cuya
pretensión no es el consuelo, sino que encumbrados eruditos afiancen
fantasmagóricas teorías por las que alcanzarán más gloria. Manos
que infectan cada uno de mis actos de inseguridad e incertidumbre ante
lo más simple, que me impulsan a cometer errores por husmeo ajeno.
Manos que han etiquetado mi vida, basándose en falsas tesis, que
pasarán a ser tesis doctorales, que ayudarán a subir escalafones
sociales, que darán gran gloria académica a cambio de convertir a
un humilde ser humano en cobaya de laboratorio, de hacer de su vida
un circo, de investigar un alma que está más allá de toda
investigación. Serán loadas local, internacionalmente. ¡Gloria a
los trepas!.
El
triste envés de la humillada hoja es la aniquilación de una vida,
la muerte torturante de un ser que nació para vivir “libre”, como
los demás.
Jamás
leeré sus doctas teorías, ¡jamás!. Su fama, su gloria, será
producto de roer los huesos de una vida moribunda.
Tampoco
hablaré de intenciones buenas o malas, no juzgaré sus falsos
juicios, no etiquetaré sus asquerosas etiquetas que ya no saben
dónde colocar, pero han de hacerlo, por el sistema, por sí mismos.
Glorificará
el mundo el más cruel de los asesinatos, la tortura implacable, el
sadismo de convertir a un humano en objeto experimental.
¡Sed
felices con vuestra pompa!, ¡que os de mucho dinero y
reconocimiento!. Inútil apelar a vuestra inexistente conciencia.
Inútil apelar a la justicia que os ampara.
Me ha
tocado, me ha tocado ser rata de laboratorio, como a tantos animales
indefensos, torturados para favorecer a engañosas empresas
farmaceúticas.
Me ha
tocado vivir las rejas de la libertad, minuto a minuto, segundo a
segundo.
¡Seguid
malditos, seguid!.No permitiré que transportéis mis cenizas . Os
llamarán sagaces, inteligentes, astutos, listos,
descubridores....cuando no habéis hecho más que destrozar a un ser
que desea la paz.
No
será mi dedo el que os acuse.
Quizás
sea la piadosa e implacable naturaleza, la vida sabor agridulce, la
que destruya vuestros aureos pedestales. Entretanto disfrutad, ganad.
Yo ya he perdido demasiado, y sé, bien que sé, que a mayor subida,
mayor caída, o mayor profundidad de mi amargura.
La
justicia no ha de preocuparos. Estáis aforados”
Aquí
termina el texto que me entregó mi amigo. Espero que tenga fuerzas y
ánimo para continuar.
Checha,
2 de octubre de 2014
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