viernes, 25 de abril de 2014

CLARO, JOSÉ CLAROS

CLARO, JOSÉ CLAROS

“me enamoré de ti, barquero, ¡no me eches la culpa!”



El más ridículo impulso, la más instintiva decisión espontánea, incontrolada, tiene capacidad de aventurarnos por senderos insospechados, incluso peligrosos.
Recorrió la mujer un camino desconocido, un plato de paparajotes calientes en la mano. Caminaba sorprendida por su propia decisión no premeditada, en búsqueda de una vivienda no localizada, con la certeza de que un ancestral sentido del olfato acudiría en su auxilio. Seguramente arrostraría un peligro, intuído y deseado,..
No habría monstruos en aquel hogar, en aquella vivienda flanqueada por purpúreas gigantes hortensias y palomas posadas en el muro, palomas sin vuelo, blancas, negras.
Unos potentes ladridos de perro curiosón, grandote y buenazo le dieron la bienvenida a un mundo desconocido e insospechado, pero atisbado como inquietante….
-Esta es, tiene que ser, se dijo. Pulsó con la timidez de intruso consciente.
Una mujer envuelta en chilaba amarilla surgió en el marco de la puerta, algo desconcertada por la torpeza de la visitante.
¡Los dichosos nombres!. Preguntó por Muñoz Claros, traicionada por su subconsciente que, en su turbación, mezcló el nombre de un conocido de la infancia con el del pintor. ¡Será José Claros!, respondió contundente, y con todo el derecho de sentir un agravio, no demostrado, por la distorsión. ¿Cómo he podido?, se recriminaba la abochornada visitante. Su compañero, de inconfundible pincel, tenía un nombre transparente, quizás escrito con letras demasiado minúsculas en la pueblerina cultura murciana, entorno vulgar que bautiza modas, ensalza lo que otros ensalzaron por puro azar, por REAL suerte sonriente y algo de mérito, a partes iguales.

La desconcertada visitante deseaba huir, huir de su propia torpeza. ¿Adivinarían los agudos ojos del pintor y los no menos agudos de su compañera el inocente aturdimiento de la visitante, e intentarían paliarlo proporcionándole acceso a su hogar?. Lo cierto es que la intrusa fue acogida por un fascinante y dulce viento del este.

Voló de la mano de aquel hechicero y su fiel compañera por milenarias culturas olvidadas, captadas en su crudeza e incalculable belleza por la penetrante mirada de un mago, un prestidigitador capaz de expresar sin distorsionar, cuyos precisos dedos se moverían agilmente por una realidad retratada, pero no plagiada.
¿Realistas, impresionistas, expresionistas….?,¿dónde encajar estas pinturas captoras del más mínimo detalle real, tan real como la percepción de los ojos de un creador, dador de alma, élan vital producto de la intensa unión de vivido, percibido, experimentado y expresado.
Sin trabas ni alardes de divo, la condujo por aquellos “extraños” mundos, personificados y unificados en el mundo del pintor.
Acechada a derecha e izquierda por profundas, casi místicas miradas hindúes, no daba crédito a sus ojos. Miradas de opulencia junto a miradas de franca súplica y desprendimiento. Realidad en estado puro, in situ, contemplada y trasladada a nuestros occidentales ojos impuros en plena autenticidad.
Se sentía avergonzada por esta descarada intromisión, sin invitación ni carta de presentación, no más que un par de paparajotes. No obstante eran sus pacíficos anfitriones los encargados de limar la aspereza del encuentro, los que “sencillamente”, sin engolamientos, le permitieron deslizarse por cada puerta, por cada mundo, invitándola a posar su mirada sobre detalles que podría obviar una mirada encantada por lo sublime del arte, de la belleza.
No le permitieron salir sin haber presenciado el Eden. Un vergel insospechado entre muros, único jardín ajardinado, desde cuya pagoda lucían sus bellas plumas anaranjadas unas nítidas e hidratadas aves del paraíso, que esperaban con paciencia al atrevido aventurero.


La mujer sentía cómo el peso de su osadía se veía aligerado por las alas que le proporcionaban sus delicados anfitriones. ¡Había sido tornada en mariposa, tras colarse como ínfimo insecto!. Ahora libaba la sabiduría del arte y era consciente del riesgo que intuía en su incierto camino y habría de asumir. Un deseo incontenible de poseer aquel barquero que la había transportado río arriba, entre flores multicolores, surcando límpidas aguas.

Checha, 25 de abril de 2014



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