EL CABALLO DE CARTÓN
Antonio
Machado
Era
un niño que soñaba
un
caballo de cartón.
Abrió
los ojos el niño
y
el caballito no vio.
Con
un caballito blanco
el
niño volvió a soñar;
y
por la crin lo cogía...
¡Ahora
no te escaparás!
Apenas
lo hubo cogido,
el
niño se despertó.
Tenía
el puño cerrado.
¡El
caballito voló!
Quedóse
el niño muy serio
pensando
que no es verdad
un
caballito soñado.
Y
ya no volvió a soñar.
Pero
el niño se hizo mozo
y
el mozo tuvo un amor,
y
a su amada le decía:
¿Tú
eres de verdad o no?
Cuando
el mozo se hizo viejo
pensaba:
Todo es soñar,
el
caballito soñado
y
el caballo de verdad.
Y
cuando vino la muerte,
el
viejo a su corazón
preguntaba:
¿Tú eres sueño?
¡Quién
sabe si despertó!
Sábado, 25
de Noviembre de 2006 23:58. tishrei #. poesias y frases
SUEÑO EN TRES PESADILLAS
No estaba
Inés aún despierta cuando despertó. En su garganta quemaba aún amargo sabor…
Seguía
atormentada al ver a su hijo tragado por el inmenso mar, asfixiado por los venenosos tentáculos de gigantes
medusas. Recibe una llamada al móvil; cuatro de la madrugada. ¡Ábreme!. Sus ojos
se agrandan a la vez que sus pupilas.
Quizás las medusas permanecieran aún en su
almohada.
Ahora, sin
embargo, no son bichos. Tiene que correr, la persigue y acosa un hombre, harto
conocido. No consigue desatarse del hilo que ha enlazado a su tobillo, pero se
percata de que su camino está varado. Un grito de dolor la ahoga al verse
frente a frente con otro conocido. Esta vez una mujer. Le sonríe picaramente
enroscando una blanca soga entre sus
dedos. Dos salidas igualmente repugnantes, hombre o mujer, asco o más asco.
Podría correr en círculo, como un compás, dar vueltas y vueltas hasta vomitar.
Una inusitada decisión le lleva a dejarse arrastrar por el camino de la
humillación, permitir a esa gruesa mano recoger hilo, intentando justificarse en vano, recordando felices
momentos que quizás no fueran más que espejismos de deseo. Lapsos de tiempo
compartidos sin compartir, observando aquella noche estrellada, cuando caían
estrellas fugaces. Quizás también la suya cayera, sin tanta precipitación,
lentamente, desangrándose. La descarnada
visión de la sangre la desmayó, justo a un metro de aquel hombre al que volvía,
justo a un paso de la gran sacudida de su cuerpo, exhausto, que la hizo
despertar.
No habrían
pasado ni diez minutos. Volvió a ese estado de catarsis semidormida, pero
relajante. Estaba en su cama, lejos del mar, lejos de aquel hombre, lejos de
aquella mujer.
Las cinco y
cuarto. No quiere más sueños, acaricia suavemente las sábanas para constatar
que no son un nuevo fantasma, o una nueva realidad, ¿quién sabe?.
Apenas sin
fuerzas, busca una de sus zapatillas, una de las que había dejado frente a su
cama. No importa. ¡Todo desaparece!. Ahí están todavía sus pies. Se abalanza
torpemente al cuarto de baño. Apoyándose en las paredes, baja las escaleras,
desea tocar sillas, sillones, libros,… pero la mira aquel espejo.
Aquél espejo
esperpéntico en el que ve a su madre convexa, preguntándole si ha descansado.
¿Descansar?.¿Habría sido esa continua angustia descansar?. Le responde, aún con
lengua viscosa, que ha vivido otras cosas, cosas terribles. La respuesta carece
de importancia, pues la pregunta es sólo excusa para hablar de sus propios
sufrimientos, de su insoportable dolor.
No es
momento para escuchar dolores, propios o ajenos. Necesita un café. Mientras
busca, la siguen acosando, escucha conversaciones elevadas de tono, escucha
cómo su madre le reprocha no haberse compadecido de su soledad. Su rostro se
humedece en lágrimas no deseadas.
Un café,
sólo un café y en soledad.
Resulta ésta
ser la única realidad. Ese café en la taza del retrete, inagotable, que va rellenándose con el agua derramada por sus
ojos.
Checha, 29 de
septiembre de 2013
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