sábado, 12 de enero de 2013

EL PLATO DE LENTEJAS


EL PLATO DE LENTEJAS


“y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado.

Entonces dijo Esaú: He aquí que yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me serviría la primogenitura?
Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y le juró y vendió a Jacob su primogenitura.
Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura”
                                   (Génesis, XXV, 27 a 34)

“Parece como si a Esaú la certeza de la muerte le llevase a pensar que la vida ya no vale la pena, que todo da igual. Pero lo que hace que todo dé igual no es la vida, sino la muerte…….La vida está hecha de tiempo, nuestro presente está lleno de recuerdos y esperanzas, pero Esaú vive como si para él ya no hubiese otra realidad que el aroma de lentejas que le llega ahorita mismo a la nariz, sin ayer ni mañana………. Esaú decide que las lentejas  (que son una cosa, no una persona) cuentan más para él que esas vinculaciones con otros que le hacen ser quien es……
¿No me recomendabas tú eso tan bonito de “haz lo que quieras”?. Pues ahí tienes: Esaú quería potaje, se empeñó en conseguirlo  y se quedó sin herencia. ¡Menudo éxito!. Sí claro, pero… ¿eran esas lentejas lo que  Esaú quería de veras  o simplemente lo que le apetecía en aquel momento?. Después de todo, ser el primogénito era entonces una cosa muy rentable y en cambio las lentejas ya se sabe, si las quieres las tomas y si no las dejas….”.
                               ”Ética para Amador”, Fernando Savater, ed Ariel, pags 52-55
“Quieres darte la buena vida: estupendo. Pero también quieres que esa buena vida no sea la buena vida de una coliflor o de un escarabajo, con todo mi respeto para ambas especies, sino una buena vida humana…… Si pudieras tener muchísimo dinero, una casa más suntuosa que un palacio de las mil y una noches, las mejores ropas, los más exquisitos alimentos (¡muchísimas lentejas!), los más sofisticados aparatos, etc…, pero todo ello a costa de no volver a ver ni a ser visto por ningún ser humano jamás, ¿estarías contento?, ¿cuánto tiempo podrías vivir así sin volverte loco?.....Muy pocas cosas conservan su gracia en la soledad; y si la soledad es completa y definitiva, todas las cosas se amargan irremediablemente.
….. Por eso hablar a alguien y escucharle es tratarle como a una persona, por lo menos empezar a darle un trato humano…”
                          “Ética para Amador”, Fernando Savater, ed Ariel, pags 55-56
    Nos  introduce F. Savater, en este bonito libro, en una ética de la libertad, cuya máxima reza “haz lo que quieras”, pero ¡cuidado!,  ese “lo que quieras” es un querer conforme a la razón, no una simple apetencia o deseo fugaz y momentáneo, sino un acto de voluntad consciente de causas y efectos, consciente de las implicaciones presentes y futuras en la propia vida y en la vida ajena, que parte de la responsabilidad de “ser humano” y “ser social”, y cuya raíz se encuentra en el lenguaje.
Sólo actuaremos de forma realmente humana,

 si reflexionamos nuestro querer, si somos capaces de priorizar, de anteponer la ética a la estética, por muchas raíces comunes que tengan,  de ir creando “libremente” una escala de valores que nos sirva de pauta y horizonte ante las múltiples contradicciones vitales.
   No es raro que lo queramos todo, que incluso ante dos cosas convenientes, buenas, nos veamos obligados a elegir. Y es que, ésa es precisamente la única libertad que nos corresponde, y que hemos de salvaguardar a toda costa: la de poder elegir , realizar un acto de voluntad conforme a nuestra propia razón individual.
    Sin embargo, esto no es tan fácil. La libertad de pensamiento, de la que hacemos gala, está mediatizada por la cultura en que nos movemos, por los valores predominantes en determinadas coordenadas espacio-temporales.
   Igual que Esaú menospreció el futuro, la vida, vendiéndolo por un plato de lentejas, también nosotros, varios siglos después, seguimos sin aprender la lección, sin saber que las relaciones “humanas” jamás pueden ser una compra-venta. Si permitimos que los intereses particulares y momentáneos rijan nuestra vida, nos convertimos no sólo en esclavos de nuestras pasiones, sino también en esclavos de las cosas y de los grises gobernantes que se han revelado avariciosos, corruptos y buscadores, no del bien común, sino de sus más viles intereses.

  No busquemos más causas a esta “supuesta” crisis económica que tanto nos daña, porque lo que realmente nos daña es la crisis de valores subyacente, el predominio del interés privado al público .
  Lo único que está en crisis es nuestra razón, que se ha acostumbrado a dejarse pensar, a dejarse manipular, a creer que lo que hace más listo, más bueno, más feliz, es la economía, el capital. La injusticia, la bipolarización social entre ricos e indigentes no parece cuestionable, porque, lo que realmente importa es, librarse de pertenecer al segundo grupo, a la lacra social.
   No hace mucho alguien me preguntó: “¿cómo es posible que un loco como Hitler subiera al poder?”. ¿Hoy en día te preguntas eso?- contesté. ¿No te das cuenta de que hay muchos Hitler, de que en la sociedad en la que vivimos, cualquiera podría votar (o quizás ya lo haya hecho) a un enloquecido por el poder que prometa trabajo y bienestar a todos, aunque discrimine y mate para conseguirlo?.
Quizás en otra entrada esboce las causas concretas que llevaron a la locura naci, a ese partido que se llamaba “socialista”, porque en su programa constaba un reparto equitativo del trabajo; no obstante, quiero adelantaros algo: la crisis del 29, la desesperación social, fue lo que alzó a semejante bárbaro al poder. NO LO OLVIDEMOS.
¿No os sugiere nada?

                          Checha, 12 de enero de 2013

2 comentarios:

  1. Hoy he visto en una película:
    "¿Por qué los chicos, los hombres, cuando hacen algo mal, se justifican, por qué no piden perdón?

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  2. No sé la película a la que te refieres, pero creo que eso les ocurre a personas con un falso concepto de la dignidad y baja autoestima.
    Reconocer, que presupone conocer, significa saber los motivos, razones del otro para ofenderse por nuestros actos. Las personas incapaces de ver sus propios errores y de exponerlos a los demás, no sólo no reconocen, sino que además no conocen. Cosifican a los demás y a sí mismos, siendo capaces de venderse por un par de zalamerías, esto es, unas lentejas.
    Suele ocurrirle a los adolescentes, que todavía tienen los infantiles impulsos de negarlo todo para eludir la culpa.
    ¿Y quién no es culpable?

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