DOS ENTRADAS CON DOS SALIDAS
Hay
laberintos con varias entradas y varias salidas, puertas grandes y pequeñas
para salir de ellos. No siempre son los
buenos, grandes y listos los que salen por la mejor de las puertas, sino los
tocados por la mano aparentemente mágica de la “fortuna” (en el más amplio
sentido del término).
Haciendo uso de palabras bíblicas, al “laberinto
prometido” llegan algunos pobres diablos
desesperados, se meten en tierra de viejos, envejecidos dentro de su laberinto
(como la población envejecida de la Alemania de la postguerra), o en nuestra
tierra de fantasmas orgullosos , que no obstante, somos incapaces de reconocer
que hemos quedado atrapados dentro. Y estos creyentes y confiados, seres nuevos
y renovadores, llegan con dos grandes manos para trabajar, las únicas que
pueden cavar una o varias salidas. Carentes del mínimo sentido de “falsa
dignidad” trabajan sucio, trabajan negro, trabajan sin seguridad, contrato o
subsidio, pero trabajan, a fin de cuentas. ¿Existen humanos tan desapegados de
sus raíces, capaces de abandonar hogares, familias, lenguas y culturas, de
arriesgar vidas, casi siempre en solitario (por más que sus detractores
pretendan afirmar que llegan en patrullas familiares), como para adentrarse en
lo incierto y desconocido?. Todos, todos amamos la tierra que nos vió nacer,
los padres que nos engendraron. Todos tenemos miedo a abandonar lo conocido por
lo incierto; sólo llegados al límite de la miseria seríamos capaces, como
ellos, de hacer un camino perdido, “de perdidos al río”, ¡y a la patera!.
¡Que nos
roban nuestro trabajo! Gritan los
lugareños. La respuesta la dió hace muchos años Pedro Calderón de la Barca,
popularizada como fábula por Samaniego:
Cuentan de un
sabio, que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que cogía.
«¿Habrá otro», entre sí decía,
«más pobre y triste que yo?»
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.
Llegan, ayudan, cogen nuestras migajas del puro suelo
y se tienen que marchar, a patadas, por la puerta estrecha, de una tierra
donde, a pesar de la crisis, hay muchas panzas engordadas y mucho alimento
arrojado a contenedores.
Esta es la
bici de Ivan, prestada, devuelta antes de partir de nuevo a su tierra, Rumanía.
Gracias a ella se desplazaba incansablemente para comprar pinturas, pinceles,
para ir de un trabajillo a otro, lo que saliera.
Gracias a él mis paredes volvieron a estar blancas,
como las de otros muchos, ¿un ras o dos ras?, decía. Conseguí entender lo que
significaba aquello del “ras”, como todo lo que me decía por medio de gestos y
medias palabras.
También él ha
entendido que su bicicleta se ha convertido en instrumento inútil, que tiene
que volver a tierra de NADIE, desde la tierra de unos pocos.
Checha, 16 de mayo de 2012
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