miércoles, 16 de mayo de 2012

LA BICI DE IVAN


DOS ENTRADAS CON DOS SALIDAS
Hay laberintos con varias entradas y varias salidas, puertas grandes y pequeñas para salir de ellos.  No siempre son los buenos, grandes y listos los que salen por la mejor de las puertas, sino los tocados por la mano aparentemente mágica de la “fortuna” (en el más amplio sentido del término).
    Haciendo uso de palabras bíblicas, al “laberinto prometido” llegan  algunos pobres diablos desesperados, se meten en tierra de viejos, envejecidos dentro de su laberinto (como la población envejecida de la Alemania de la postguerra), o en nuestra tierra de fantasmas orgullosos , que no obstante, somos incapaces de reconocer que hemos quedado atrapados dentro. Y estos creyentes y confiados, seres nuevos y renovadores, llegan con dos grandes manos para trabajar, las únicas que pueden cavar una o varias salidas. Carentes del mínimo sentido de “falsa dignidad” trabajan sucio, trabajan negro, trabajan sin seguridad, contrato o subsidio, pero trabajan, a fin de cuentas. ¿Existen humanos tan desapegados de sus raíces, capaces de abandonar hogares, familias, lenguas y culturas, de arriesgar vidas, casi siempre en solitario (por más que sus detractores pretendan afirmar que llegan en patrullas familiares), como para adentrarse en lo incierto y desconocido?. Todos, todos amamos la tierra que nos vió nacer, los padres que nos engendraron. Todos tenemos miedo a abandonar lo conocido por lo incierto; sólo llegados al límite de la miseria seríamos capaces, como ellos, de hacer un camino perdido, “de perdidos al río”, ¡y a la patera!.
¡Que nos roban nuestro trabajo! Gritan  los lugareños. La respuesta la dió hace muchos años Pedro Calderón de la Barca, popularizada como fábula por Samaniego:
  Cuentan de un sabio, que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que cogía.
«¿Habrá otro», entre sí decía,                    
«más pobre y triste que yo?»
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.
Llegan, ayudan, cogen nuestras migajas del puro suelo y se tienen que marchar, a patadas, por la puerta estrecha, de una tierra donde, a pesar de la crisis, hay muchas panzas engordadas y mucho alimento arrojado a contenedores.


    Esta es la bici de Ivan, prestada, devuelta antes de partir de nuevo a su tierra, Rumanía. Gracias a ella se desplazaba incansablemente para comprar pinturas, pinceles, para ir de un trabajillo a otro, lo que saliera.
Gracias a él mis paredes volvieron a estar blancas, como las de otros muchos, ¿un ras o dos ras?, decía. Conseguí entender lo que significaba aquello del “ras”, como todo lo que me decía por medio de gestos y medias palabras.
   También él ha entendido que su bicicleta se ha convertido en instrumento inútil, que tiene que volver a tierra de NADIE, desde la tierra de unos pocos.

Checha, 16 de mayo de 2012



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