jueves, 16 de febrero de 2012

EL TULIPÁN ROJO


EL TULIPÁN ROJO
IRENOVA
No es tan inusual que, entre escombros y chatarras oxidadas, crezca un hermoso tulipán.


    A UN OLMO SECO
  Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
  ¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
  No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
  Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
  Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, 
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Antonio Machado


Muchas gracias a la estupenda fotógrafa, Irenova
 

 

3 comentarios:

  1. En la vida también hay milagros, sólo hay que saber verlos

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  2. El niño que venció la muerte.
    Este artículo lo podríamos considerar como un pasaje literario, y al niño Minhaj como ese milagro del que tú hablas Checha, él es el tulipán rojo, el olmo de Machado.
    Éste es el enlace:

    http://xlsemanal.finanzas.com/web/articulo.php?id=75638&id_edicion=6967

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  3. Éste es el artículo de mi mensaje anterior, no lo pensé y puse el enlace, pero es más cómodo aquí mismo.

    El niño que venció la muerte
    Minhaj pesaba 3,1 kilos cuando llegó a un campo de refugiados en Kenia. Tenía siete meses. Su madre, que lo había traído en brazos desde Somalia, pensó que no llegaría al octavo. Ahora, cerca de su primer cumpleaños, tiene el peso de un niño de su edad.
    Es solo un niño entre cuatro millones de personas amenazadas por el hambre en el cuerno de África, pero la `resurrección´ de Minhaj Gedi Farah introduce una señal de esperanza en medio de la tragedia.
    Minhaj tenía siete meses y pesaba 3,1 kilos, el peso de un recién nacido, cuando su madre alcanzó el campo de refugiados de Dadaab `el mayor del mundo´ el pasado julio. Assiyah Dagane llevaba semanas de caminata por el desierto, desde su hogar en Somalia hasta este enclave en Kenia, a 90 kilómetros de la frontera, viendo cómo la vida de su pequeño se escapaba entre sus brazos. Viajó sin apenas comida, sorteando milicias por una región donde las agencias de la ONU y las ONG tienen prohibido adentrarse, pensando en qué momento su hijo exhalaría el último aliento. Seguía el mismo camino emprendido ya por medio millón de somalíes que han abandonado sus hogares, huyendo de una guerra sin fin y de la mayor hambruna del siglo XXI.
    Cuando Assiyah entregó a Minhaj a los médicos de la ONG International Rescue Committee (IRC) en Dadaab admitió ante ellos haber perdido toda esperanza. El niño padecía desnutrición y anemia severa. Lo normal en un caso así -en esta región de África, al menos, donde más de 30.000 menores de cinco años han muerto en los últimos meses- es no sobrevivir. En el hospital le practicaron tres transfusiones de sangre y lo sometieron a una dieta con una pasta de cacahuete enriquecida con vitaminas.
    Pronto, los médicos vieron la luz. Hoy recuerdan que la desesperación con la que Minhaj se agarraba al pecho de su madre les hizo ser optimistas. En pocos días ganó un kilo y enfiló la senda de la recuperación. Más tarde, incluso superó una tuberculosis gracias al aumento de sus defensas. Su evolución fue tan positiva que, hace unas semanas, fue el argumento estrella de IRC en su evento anual de recaudación de fondos. Los médicos que le salvaron la vida mostraron fotografías del día en que llegó a sus manos y de su última consulta: tres meses y cinco kilos de diferencia. «No puedo estar más contenta», asegura Assiyah ante su hijo mofletudo.
    «El rostro frágil del hambre», como definió a Minhaj el reportero que lo retrató cuando la piel se pegaba a su esqueleto, es hoy un niño alegre cuyos mofletes se arrugan cuando se ríe en brazos de su madre.
    Victor de Azevedo y Fernando Goitia

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