La
caverna
Embaucados,
embelesados
por
esas sombras cambiantes,
intensas,
brillantes,
fijados
al muro que tienen delante,
no
pueden mirar atrás,
su
mirada esta petrificada, hechizada
hacia
lo que parece ser,
podría
ser, quisiera ser,
máscara
de la verdad,
retenida,
encadenada.
Títeres
engañosos
se
carcajean orgullosos
de
la incauta ingenuidad
con
que se velan sus hilos
y
aparentan realidad.
El
rebelde vuelve el rostro
y
queda absorto.
Mira
la oscura pantalla
que
va reflejando seres
y
descubre las aranas
que
perpetuaban su mente
en
esta triste morada.
Se
revuelve y grita al tanto,
es
mentira todo el canto,
mirad,
mirad, os lo ruego,
engaño
para los legos.
Alza
su mirada al cielo
y
descubre tenue luz,
el
camino de una estrella
que
guiará su camino,
solo
y arduo,
más
allá de las cadenas.
Se
alza por entre las piedras,
con
mas rasguños y heridas,
desesperos
y la duda
de
no encontrar la salida
a
esa dicha tan lejana,
tan
sutil, confusa, liviana.
Cada
peldaño es un triunfo,
cada
subida un empuje
a
lo alto,
al
anhelado remanso.
Exhausto,
herido y cansado
sale
al fin de la caverna,
su
cabeza mira al suelo,
tendido
sobre la tierra.
Y
cuando al fin
da
la vuelta
y
ve lo que tiene enfrente,
guiña
sus ojos
pesados,
deslumbrados,
asombrados
y encantados
de
ver vida pura y dura,
de
saber que esta en lo cierto,
de
sentir calor ardiente
y
el viento enfriar su frente.
Poco
a poco,
paso
a paso,
va
abriendo su vista
al
campo,
a
los árboles y flores,
al
río que ya no vuelve,
a
las montañas,
al
llano.
Fija
su vista en el sol
que
alumbra desde lo alto,
le
desvela la agonía
en
la que sufría encerrado.
Canta
con manos abiertas
a
la vida sin engaños.
Vuelve,
se dice,
has
de volver,
a
sacar de la locura
a
esa multitud cegada,
envuelta
en su sepultura.
Y
volvió, y rescató.
La
fuerza de la verdad
es
aquí la que arrasó.
Checha,
25 de enero de 2019
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