Huele
Huele
a tierra mojada,
a
finas agujas de pino,
a
hojas húmedas y secas
que
esconden en su manto
esas
setas
fibrosas,
sabrosas,
graciosamente
nacidas,
sin
mano que las plantara.
Y
huele a café molido,
ese
aroma
que
arrecia las ganas
de
degustar trago amargo
de
adentrarse en el mundo
de
recuerdos escogidos,
calor,
abrigo y amparo.
El
de mi madre sabía
a
las gazanias de mayo
que
me despertaban
y
azuzaban
a
ir a darle mi trago.
Y
huele a las monas de la dora,
tan
blanditas
tan
dulces y esponjosas,
fueron
mi niñez de pueblo,
un
olor que huele a comba
y
a colchón de lana
y
a la manzanilla de mi abuela,
que
en la cama
sorbo
a sorbo,
lentamente
desentumecía
mis huesos
y
alegraba mi mañana.
Y
huele a libros impresos,
que
impregnaban mi estancia,
los
olía y los olía,
hubiera
dado mi vida
por
que cerrados se mantuvieran
y
así algo me enseñaran.
Y
huele a gasolina fresca,
sin
motores que la quemen,
sin
los gases que destruyen
mundos,
hombres y galaxias,
oler
y no más que oler,
regocijarme
en la esencia
que
me atrapa
que
me llama.
Y
huele a ti, a mamá,
la
que me cubre con mantas,
la
que vela mis problemas
y
siempre concilia penas.
Tú,
mi madre adorada
Checha,
9 de diciembre de 2018
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