LO
QUE NOS LLEVAMOS ENTRE MANOS
Son
las manos instrumento de acción y expresión de intenciones o
deseos.
Sin
ellas no podríamos “vivir del trabajo de nuestras manos”,
ni “estrechar la mano a alguien”, ni
“tender una mano”.
Sustituyen
por sí solas la expresión oral mediante movimientos (no habría
lenguaje de signos sin las manos), que refuerzan nuestras
aseveraciones o indican, con un simple adelantamiento del índice, el
deseo de obtener y el lugar donde se halla el objeto de deseo propio
o ajeno.
Muchos
se han quejado del lugar preponderante de las manos frente a los pies
en el ámbito poético. No es de extrañar que se ensalce lo que más
poder de convicción tiene, lo que se presenta siempre desnudo y es
capaz de hablar por nuestra boca, pensar por nuestro cerebro.
Tenemos
derecha e izquierda, y así ha de ser para evitar ser un patoso no
teniendo más que dos izquierdas (“zwei linke Hände haben”),
porque, aunque sólo necesitamos una izquierda para no caer en
la grosería o vulgaridad del que no “tiene mano izquierda”
(“savoir y faire”, “diplomatisch sein”), se hace
imprescindible el espacio limitado entre izquierda y derecha como
lugar de tolerancia, necesario para la buena armonía, dentro del
cual se puede disipar toda distancia para apoyar y ayudar, para que
ambas manos se laven entre sí (“eine Hand wäscht die andere”,
“hoy por ti, mañana por mí”, “hazme la barba, hacerte
he el copete”).
Si
nos “lavamos las manos”, impediremos que la una lave a
la otra como partes estructurales de una unidad, la misma de nuestros lóbulos cerebrales, la misma de nuestras piernas. Simetría
que conforma el equilibrio de derecha e izquierda, que,
independientemente del lugar que ocupemos, establece el parapeto de
la otra mano, el límite que propicia tolerancia y respeto.
Checha, 3 de junio de 2015
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